Consulta decisiva al pueblo sudanés
Perspectivas 2011 y la cuestión de Darfur
Sudán es el mayor espacio territorial de todo el continente africano y posee la particular característica de ser a la vez una sociedad multicultural, multiétnica, multilingüe y multireligiosa; mayoritariamente musulmana (60%), ha sustentado en las disputas religiosas el trasfondo de múltiples conflictos y divisiones internas que se pueden identificar desde los orígenes mismos del Estado, cuando ingleses y egipcios (Señores Coloniales del Gran Sudán desde 1899) sentaron las bases de lo que sería la definitiva independencia del país hacia 1956.
Desde entonces, las causas de los principales conflictos se identifican detrás de una demarcación “imperativa”, sin consideraciones del tipo religiosa o étnica. Sobre esta base, el destino estaría sellado y a lo largo de la segunda mitad del siglo XX hasta los primeros pasos del presente Siglo, la guerra se ha transformado en la mejor opción para dirimir diferencias gestadas desde la Conferencia de Berlín en el Siglo XIX. La radicalización de los conflictos forjó una línea imaginaria entre en Norte y el Sur del país, marcando los acontecimientos y las disputas que hasta la firma del Acuerdo Integral de Paz en 2005 (Comprehensive Peace Agreement, por su sigla en Inglés) se ha cobrado la vida de más de dos millones de personas.
Hacia 1972, luego de períodos de transición entre estabilidad y conflicto, se firma el primer acuerdo de paz (en Addis Abeba, Etiopía) que menciona la posibilidad de dar a la región del Sur la opción de convocar a referéndum secesionista. Proceso que se vio truncado con la llegada al poder, en 1983, del dictador Yaafar el Numeri que impone en todo el país la Ley Islámica (Sharia) reconfigurando el tablero político, con deportaciones masivas de cristianos y animistas, más la recolonización de sus tierras a manos de musulmanes adeptos al régimen islámico.
Luego del 11-S de 2001, la situación interna por la que estaba atravesando el mayor país de África cobró significada relevancia al tratarse de un Estado mayormente musulmán, con antecedentes terroristas y ubicado en el centro de una de las regiones del mundo con menor ascendencia para los Estados Unidos, como lo es El Cuerno de África. Con todo esto, Washington vislumbra la posibilidad de mediar entre las facciones en disputa proporcionando el marco adecuado para la firma de un nuevo acuerdo de paz, con la participación de los principales referentes de la Comunidad Internacional, junto a la Unión Africana (UA). Así, en 2002 en Nairobi (Kenia) se extrae un protocolo de acuerdo en el que se establecía un cese de las hostilidades, el compromiso de negociar una nueva organización política en Sudán y un referéndum de autodeterminación, que en enero de 2011 dará la posibilidad de declarar independiente la región del Sur del país. En efecto, los acuerdos firmados entre el Norte y el Sur se replanteaban aspectos políticos, económicos (nuevos criterios de redistribución de la riqueza), militares (como una reorganización del Ejército) y religiosos (delimitación de la Sharia y de las políticas de arabización de todo el territorio).
Sin embargo, lejos de vislumbrarse un horizonte de estabilidad, la constatación de que era posible replantear el sistema socioeconómico y el equilibrio de poder, hasta ahora en manos del Norte árabe musulmán, desencadenó una serie de reacciones que despertaron pujas de poder aletargadas. Así, la región conocida como Darfur (la Tierra de los Fur), comenzó a manifestar su intención de quebrar el sometimiento al Norte, abriendo otro frente de conflicto en el interior del país. Básicamente el fundamento de la lucha armada de estos grupos se centraba en el traslado a Darfur de los acuerdos efectuados entre el Norte y el Sur (en el plano político, económico y religioso); el peligro radicaba en la pérdida de poder y acceso a los recursos naturales del Sur a manos del Norte, y el consiguiente riesgo de que esa necesidad de materias primas trasladara sus fuerzas hacia la región de Darfur. Finalmente, luego de un largo proceso se obtiene un forjado acuerdo firmado por Jartum luego de una intensa presión diplomática en 2005. Se dio con el CPA la preparación para el referéndum de 2011, más que un sólido acuerdo que garantizara la paz en las regiones afectadas por los conflictos; por lo menos esa era la visión de Juba, la capital de la región semiautónoma el Sur.
Desde las pasadas elecciones del mes de abril cuando se (re)confirmó en el poder a Omar Al Bashir, se vislumbraba un camino consensuado hacia los acontecimientos de 2011. Mientras que el poder central de Jartum seguía en manos de Al Bashir, Silva Kiir, figura preponderante dentro del arco político opositor al poder central, obtenía el 90% de los comicios que lo depositaban al frente de Sudán del Sur; el acuerdo implícito de daba en tanto Kiir tenía la opción de asegurarse el mandato siempre que no presentara su candidato a la Presidencia de Sudán y retirara los candidatos del Movimiento de Liberación de Sudan del Sur (SPLM por su sigla en Inglés) de las regiones del Norte, territorio electoral del Jefe de Estado. Un tablero de ajedrez político que firmaba un “status quo” entre líneas.
En definitiva, más allá del beneplácito con que observa Washington este escenario previo al referéndum separatista, las vinculaciones entre las regiones en disputa son notoriamente significativas. La intención de crear un frente divisorio entre el África negra y los dominios musulmanes hacen foco en la gobernanza de Sudán y su preponderancia islamista; una dictadura militar “legitimada” por elecciones ampliamente cuestionadas; la centralización del poder y del acceso a los recursos naturales, así como una marcada marginación de las regiones ajenas a la ideología de Jartum.
Sin embargo, está claro que un Sudán secesionista no deberá afrontar la islamización y la arabización, ni la marginación del poder, teniendo en sus manos la mayor parte de las reservas de crudo. Pero esta situación se enfrenta con la necesidad de reflejar cuestiones de fondo en materia política y económica. La región del Norte depende en gran parte del petróleo del Sur, en tanto este último necesita del gaseoducto del Norte para exportar su petróleo; sumado a esto, es de esperar que la cooperación en materia productiva-energética no se discontinúe, dado que para el Sur del país un Norte empobrecido y con inestabilidad interna no es la mejor receta.
Finalmente, existen aspectos que este acontecimiento relacionado con la posibilidad de “partir” el país en dos no parecen considerarse dentro de las prioridades que rodean dicha consulta vinculante. Esto vuelve el futuro, en gran medida, incierto. La orden de detención dictada por la Corte Penal Internacional (CPI) contra el presidente Al Bashir, acusado de crímenes contra la Humanidad cometidos en Darfur, que le impide, entre otras cosas, la posibilidad de viajar fuera del país (salvo hacia destinos como algunos países de Medio Oriente y África) a riesgo de ser detenido y extraditado al Tribunal de La Haya; la repartición de las tierras limítrofes con el río Nilo, que involucra por defecto a la diplomacia egipcia, junto con el temor de El Cairo y Trípoli al efecto “cascada” de las voces secesionistas en la región con la consecuente inestabilidad étnico-demográfica que esto provocaría; y la falta de amplitud política de los acuerdos tendientes a culminar con la independencia de la región del Sur, dejando en segundo plano las fuerzas políticas de la región de Darfur que se disputan relaciones de poder, religión, espacios étnicos y un sentido de identidad que podría conducir, por caso, a una instancia secesionista como la opción más adecuada para salir del pantano de violencia en el que se encuentra inmerso. Es de esperar que el frágil equilibrio que sustenta el país por estos días determine el fin de la miopía de la Comunidad Internacional en pos de proporcionar un marco adecuado para la definitiva concreción de un acuerdo amplio de Paz.