El personal humanitario bajo fuego
El miércoles, una bomba estalló en la casa de huéspedes de la ONU en Kabul, matando al menos a cinco personas. La semana pasada, un trabajador de un socio de ACNUR fue asesinado en una emboscada en su vehículo al este de Chad. Otro trabajador humanitario fue secuetrado en la volátil Darfur, Sudán, sólo unos días después de que dos trabajadores humanitarios –en cautiverio durante más de 100 días- fueran liberados. Más allá de la pura tragedia humana, estos incidentes ponen en evidencia una tendencia alarmante: los ataques contra los trabajadores humanitarios se han incrementado agudamene en los últimos años.
Los ataques de las dos últimas semanas no son excepcionales; representan la creciente violencia contra los trabajadores humanitarios. Un estudio reciente realizado por el Humanitarian Policy Group de ODI descubrió que Afganistán, Darfur y Chad está entre los cinco lugares más peligrosos para el personal humanitario. De hecho, tres países –Afganistán, Sudán y Somalia- suman más del 60 por ciento de los incidentes de violencia contra los trabajadores humanitarios entre 2006 y 2008. Los secuestros se triplicaron en los últimos tres años y aunque ningún agente humanitario había sido asesinado en bombardeos suicidas antes de 2003, ahora varios de ellos murieron en estos ataques en Irak y Afganistán. En 2008, la cantidad de muertes de trabajadores humanitarios internacionales supera a los muertos de las tropas de mantenimiento de la paz de la ONU”. Según Bailey, de aquí surgen dos preguntas: ¿por qué está siendo atacado el personal humanitario? Y ¿qué puede hacerse para evitar esa violencia?
Estas preguntas se dirigen al corazón de la asistencia en contextos inseguros, particularmente para las agencias humanitarias que operan en los ambientes más violentos y con más carga política. El personal humanitario es atacado por una variedad de razones. Aunque algunos son atacados por ladrones –en países como Afganistán, Irak y Somalia- los motivos de los ataques son cada vez más políticos: para minar la estabilidad y la autoridad, desanimar la presencia actores humanitarios y enviar un mensaje violento de que las agencias humanitarias son percibidas como parte de la agenda occidental. Los ataques de motivación política están en aumento porque la asistencia es vista a menudo como un acto político, quieran o no las agencias humanitarias. Podemos debatir de quién es la culpa de esto –a menudo se cita como culpables a los grupos armados que ofrecen asistencia- pero hay poco desacuerdo en cuanto al impacto. La asistencia, destinada a quienes más lo necesitan, queda restringida en áreas donde puede ser ofrecida con cierto margen de seguridad.
Las agencias humanitarias se enfrentan a decisiones difíciles cuando se trata de proteger a su persona y ofrecer asistencia. En los casos más extremos, se trata de opciones excluyentes. A menudo, las agencias dependen de estrategias de ‘aceptación’; esencialmente, cultivar relaciones con los actores locales para minimizar la posibilidad de ser atacados. De todos modos, estas estrategias son arriesgadas y a menudo no son efectivas en escenarios definidos por el caos y el bandidaje. La adhesión a los principios humanitarios, tales como neutralidad e independencia, debería ser parte de una respuesta humanitaria basada en sus principios rectores. Pero estos principios no se aplican sistemáticamente, y los principios por si solos no pueden garantizar la seguridad, particularmente en entornos donde el propio acto de asistir es visto por los grupos armados como un apoyo a las instituciones contra las que pelean. En algunos casos, las agencias humanitarias toman medidas más directas para protegerse, tales como contratar guardias armados. Esta no es sólo una medida controvertida, y que tiende a minar la aceptación local, sino que tiene también evidentes limitaciones. Es difícil imaginar alguna estrategia que pudiera haber evitado el ataque bien armado y coordinado contra la casa de huéspedes de la ONU en Kabul.
Entonces ¿que más nos queda que decisiones difíciles y titulares desgarradores? En áreas donde se puede manejar el riesgo, esto significa localizar estrategias de seguridad específicas para cada contexto para tratar las diferentes amenazas a la que se enfrentan los trabajadores humanitarios, lo que incluye al personal nacional que continua operando en áreas donde no lo hace el personal internacional. En los contextos más peligrosos y con más carga política, las opciones son realmente las más duras: quedarse, irse, reducir la asistencia. El paisaje de la seguridad en estos entornos extremos es cada vez más hostil, un lugar donde los principios y las estrategias de seguridad se enfrentan a bandidos, armas y terroristas suicidas. La última tragedia es que proteger a los trabajadores humanitarios puede costar el bienestar o aún la supervivencia de aquellos que dependen de su asistencia. Demasiado a menudo, el personal humanitario y sus agencias tienen que decidir si la apuesta es demasiado alta.
Sarah Bailey es investigadora de estudios humanitarios, migraciones forzadas y desarrollo económico.
- ODI - Aid Workers under Fire
- Hegoa - Diccionario de Acción Humanitaria y Cooperación al Desarrollo
- ACNUR - Protocolo Adicional a los Convenios de Ginebra
- ODI - Providing Aid in Insecure Environments
Respetar y proteger
El personal que participa en las acciones de socorro en casos de conflicto armado (internacional o no), así como el personal sanitario y religioso, será “respetado y protegido”. Así lo establecen los Protocolos Adicionales I y II de 1977 de los Convenios de Ginebra del 12 de agosto de 1949 relativos a la Protección de las Víctimas de los Conflictos Armados Internacionales.